Una condena sin temor, ni juicio

Me gustaría pensar que todo esto es diferente, que la que se encuentra en la encrucijada sea yo, pues para mi esto ya es costumbre, pero ahora que soy la mala, la cabrona y la ocurrente no se de que manera actuar para no verme ni muy tonta y tampoco muy atrevida.
Tengo las herramientas necesarias para combatir esa resistencia que pone el destino a rendirse a mis pies, soy feliz y de vez en cuando me refundo en el sitio menos indicado a pensar en la melancolía como un estado en el que ya no se puede vivir.
Disfrazando sonrisas convertidas en recuerdos siento que lo que me hace falta no es su presencia sino su ausencia, ahora que se a largado, que las llamadas se han eliminado de mi lista de espera, que desocupó la banca y se fue del estadio en el que deseaba jugar, después de concluir el círculo hoy afirmo que lo extraño más que esos días que embarnecen con la lluvia y los fríos inhóspitos. No esperaba verlo quedarse a mi lado, somos como dos estampidas en direcciones contrarias y aún así se que evadíamos esa contrariedad con nuestra loca manera de querernos, de amarnos al punto de que no importó nunca entre nosotros una distancia y hacíamos el amor como tiranos o bandidos sin ley.
Él se fue porque quise, porque así lo planteamos para hacernos la vida más difícil por caprichosa y el por mentiroso, negamos no necesitarnos, nos hablamos sin que nada hubiera pasado, pero el teléfono sigue fundiéndose entre las palabras que callamos para darle vuelta a la página con un “yo estoy feliz”.
Perdimos la batalla del amor hace más de 100 días y para mi fue perfecto encontrar una excusa para envolverme en otras sábanas, en otros brazos y refugiarme en otras piernas que no fueran las de aquel descarado que jugó a ganarme. Perdimos y permitimos llegar a lo más extraño que puede tener una relación. Ahora llega alguien más y me habla de amor cuando yo fui y vine con el mismo equipaje casi intacto y mi armadura bien arañada.